lunes, 11 de mayo de 2015

Cuento sobre la familia: El Cuaderno de la Esperanza



Era un día triste, el más triste de toda mi corta vida. Ese sábado, papá me dio la peor noticia, una que jamás me esperaba: enviaría a mi abuelo Polo a vivir en un ancianato.

Lo peor, era saber que lo mandarían a un pueblo lejano. Me acostumbre a tener al abuelo cerca y a visitarlo en bicicleta todas las semanas. Pero eso había llegado a su final. ¡No se había marchado y ya lo extrañaba!

¿Dónde queda “El olvido”? ¿Cómo se llega a “El olvido”? le preguntaba a todos y nadie conocía aquel lugar. Papá dijo que lo encontró por internet, según él: un buen precio para un buen lugar. Pero lo que temo es que internado allí, al final todos olviden al abuelo.

Yo quería estar con el abuelo todo el tiempo que nos quedaba. Y mientras lo ayudaba a hacer su equipaje, le dije que no quería que se marchara. Aunque intenté contener el llanto, las lágrimas me ganaron y comencé a llorar. 

Polo, como siempre,  me consolaba y me decía que todo estaría bien, que podía visitarlo en las vacaciones…Pero, para mí, las vacaciones estaban muy lejanas.

Luego de escuchar mi llanto, el abuelo me pidió que lo acompañara a la biblioteca,  buscó entre sus libros, y después de un tiempo tomó uno con sus manos. Admirado, le pregunté porque había escogido el libro más feo y viejo de todo el lugar.

Él se sentó en su sofá amarillo, y sonriendo me contó la siguiente historia:

"Este no es un libro, es el...¡Cuaderno de la Esperanza!

Cuando yo tenía tu edad, mis padres, me enviaron a la ciudad a estudiar en un internado. Siendo tan chico, yo no comprendía porque querían alejarme de ellos. Solamente me dijeron que era lo mejor para mi futuro.

Mis padres eran campesinos, pero querían  una vida diferente para mí. Eran personas sin mucho dinero, y decidieron vender la mejor parte de su finca, para pagarme un buen colegio en la gran ciudad.

Así llegué, un niño del campo entre los niños de la ciudad. Mi piel quemada por el sol resaltaba entre las pieles blancas de los compañeros. Yo, hablaba como la gente de mi pueblo; cambiando unas letras por otras, comiéndome algunas vocales, y diciendo dichos raros que nadie comprendía. Por eso, muchos chicos se burlaban de mí.

El primer año, soporté diversas travesuras de algunos niños de la clase, decididos a hacer hasta lo imposible, para que me expulsaran del colegio. Pero, yo siempre tenía un ángel guardián que me protegía, y sus planes fallaban.

Al finalizar año, unos pocos días antes del examen final, mi cuaderno de español desapareció de mi pupitre. ¡Eso sí era una gran tragedia para mí! Necesitaba una buena nota en el cuaderno y en el examen, de lo contrario perdería el curso y el cupo en el colegio.

Tenía miedo, mucho miedo. Si no lograba pasar la asignatura, todos los esfuerzos de mis padres quedarían en la nada…Lo que más temía era desilusionarlos, terminar con sus sueños, y volver al pueblo como un gran fracasado...

Pedí prestado el cuaderno de español a varios de mis compañeros de clase, pero todos se negaron. Estarían estudiando el fin de semana para la prueba final. Saqué algunos libros de la biblioteca y estudie todo el tiempo sobre gramática y ortografía. En el fondo, estaba decepcionado. Según mis cálculos, aunque obtuviera el máximo puntaje en el examen sin la nota del cuaderno perdería el año.

El lunes en la mañana, al llegar al salón de clases, vi que mi pupitre tenía la tapa levantada. Corrí hasta allí pensando que nuevamente habrían robado alguno de mis cuadernos. Pero lo que encontré fue una gran sorpresa: ¡Un regalo estaba escondido entre mis cuadernos! 

Al principio pensé que era un obsequio de mis padres. Pero el paquete no tenía ningún remitente. Tan solo estaba escrito mi nombre…No había dudas, era para mí, nadie más en el salón se llamaba como yo: Apolinar Sastoque.

Tomé el paquete y observé que estaba empacado con un viejo papel de regalo, arrugado de tanto uso. Luego, le quite las cintas, y al abrirlo vi este cuaderno que te estoy mostrando. Como puedes ver está hecho a mano, con caratulas de duro cartón.

En su interior, tiene hojas de diferentes tamaños, unas más chicas y otras más grandes. Algunas rayadas y otras en cuadritos. Unas con líneas negras y gruesas, y otras delgadas de suaves azules. Este cuaderno es todo un carnaval de formas y colores.

Pero lo que más me sorprendió, cuando lo vi por primera vez, y que me dejó sin palabras fue su contenido. En la primera página, además de mi nombre y apellidos, figuraba en letras en relieve la palabra: E S P A Ñ O L. Adentro; están escritos a mano, todos los contenidos que habíamos visto en la materia.

¡Quedé con la boca abierta! Algún compañero había gastado todo su fin de semana, haciendo este cuaderno. Busqué con más detalle y encontré una pequeña nota que decía: “Estoy feliz de que estés aquí”.

La frase cambió mi vida en  aquel lugar. Fue bonito sentir que alguien, me quería tanto para hacer algo así. Ese acto me llenó de ilusiones. Por eso, lo llamé “el cuaderno de la esperanza” y lo he llevado conmigo a todas partes. Gracias a un desconocido, pude pasar el curso y los sueños de mis padres aún eran posibles.

Yo estaba decidido a encontrar al responsable de aquel acto de bondad. Al principio no puede identificarlo. Hasta que un día, el maestro de matemáticas me dio una buena pista: regañaba fuertemente a uno de mis compañeros, porque se le estaban cayendo las hojas escritas de su cuaderno.

Esa noche, salí de mi cuarto y  me escapé hasta el salón. Revisé el pupitre del compañero y encontré sus cuadernos; a todos les habían arrancado varias hojas. Luego, cuando vi detenidamente su letra, lo reconocí : ¡Era la misma persona!

Yo, quería hacer algo para él. Tomé mi pegante y me dedique a unir cada una de las hojas flojas de sus cuadernos. La tarea me llevó toda noche. Y al finalizar, le dejé una pequeña nota que decía: “Gracias, sé que fuiste tú”.

Cuando él llegó a la clase y leyó la nota quedó  muy sorprendido; miró atrás, me vio a los ojos y simplemente sonrío. Así nació una hermosa amistad que ha durado toda la vida.

Por eso, querido nieto, estoy seguro que en el nuevo lugar, en ese ancianato también  encontraré personas que estén felices de que yo esté allí… ¡Siempre ha sido así! "

Luego, agregó el abuelo: A pesar de vivir casi toda mi vida en la ciudad, sigo siendo un niño del campo, de un pueblo tan lejano como “El Olvido”. ¡Será bueno sentirme como en mi primera casa!.."

Después de escuchar la historia del abuelo, me quedé más tranquilo. Pensé que guardaría en su maleta su preciado cuaderno, pero no fue así. Lo puso en mis manos, me dio un beso y me dijo:

Este cuaderno de la esperanza ahora es para ti. Recuerda siempre que: aún en los peores momentos, algo muy bueno puede ocurrir.

Al día siguiente el abuelo se marchó a "El Olvido", aunque intentó disimular, sé que también estaba triste. Pero, ahora tengo la esperanza que allí encuentre alguien que lo ame tanto como yo y lo cuide mientras llegan mis vacaciones.

© 2015 Liliana Mora León